sábado, 16 de agosto de 2014

Curando al corazón - cap. 20





Aquí teneis un poco de LALITER! :*

—Papá, tengo que irme. Mi, mmm, mi amigo acaba de llegar y tenemos planes. Te llamo luego, cuando haya decidido lo que haré. 
—Pero vendrás... 
—No estoy segura, papá. Ahora tengo que irme. Te llamaré cuando lo sepa. —Colgué el teléfono antes de que pudiese decir algo más. Aún no me sentía capaz de levantarme. Necesitaba un momento. 
—¿Estás bien? —preguntó Peter, agachándose para sentarse a mi lado al ver que no me movía.
Iba a asentir, pero acabé haciendo un gesto de negación con la cabeza. Me pasó el brazo por el hombro y me estrechó junto a él. La pequeña muestra de consuelo hizo que los ojos se me llenaran de lágrimas. Enterré la cabeza en la curva de su brazo y me esforcé en mitigar los gimoteos que no podía controlar. Peter no intentó animarme ni me ofreció palabras vacías. Sólo me abrazó con más fuerza y me besó en el pelo, la sien y la frente mientras yo sollozaba en sus brazos. Nunca había llorado en brazos de nadie. Abrirme y compartir mis sentimientos era una experiencia completamente nueva. La parte de mí que estaba estupefacta por el comportamiento de mi padre quedó a un lado, y absorbí todo el consuelo posible. Iba a ser fugaz, pero pensaba aprovecharlo mientras lo tuviese. Después de unos minutos conseguí controlar mis lágrimas y me sequé lacara con las manos. Por suerte, mi padre había llamado antes de que me maquillase. Hubiese sido humillante si hubiese manchado de rímel el polo blanco de Peter.
 —¿Quieres hablar del tema? – Compartir con él la noticia de que mi padre había dejado embarazada su novia de veintitrés años no era algo que estuviese dispuesta a hacer. Era mucho que asimilar. No quería ver la compasión en sus ojos, cuando me mirase. Prefería la lujuria o la atracción. Si se compadecía de mí, no sería capaz de soportarlo. 
—No —respondí, y me incorporé para ver si le había mojado la camiseta. 
—Me secaré —dijo con una sonrisa. Me miraba atentamente, con cara de preocupación. Una pequeña parte de mí quería contárselo, pero en realidad sabía que nunca volvería a verme igual si se enteraba de lo patética que era mi vida.
 —Gracias. – Peter se inclinó y me besó con delicadeza la comisura de los labios antes de cubrir mi boca con la suya. No intentó que me abriese a él. Mantuvo el beso tierno y delicado. 
—Mmm... He estado pensando en estos labios dulces toda la mañana — susurró pegado a mí. Derretirme en sus brazos era sencillo e inevitable. Yo siempre tenía hambre de Peter, cada vez más. Se separó de mí mucho antes de lo que hubiese deseado y me acarició el pelo con la mano antes de enredarse unosc uantos rizos en un dedo.
—¿Por qué no terminas de arreglarte? Tengo ganas de tenerte para mí solo todo el día. - De repente, las piernas me volvieron a funcionar. Me puse de pie y le sonreí. 
—Dame diez minutos. – Peter también se levantó y se dispuso a seguirme antes de detenerse de golpe. 
—Mmm, sí, creo que esperaré en la furgoneta, si te parece bien. –Euge no estaba en casa. Se había marchado con Nico una hora antes, pero sabía que ésa no era la razón por la que no quería entrar. Tenía que haber muchos recuerdos ahí dentro, y él aún no estaba listo para revivirlos. 
—Bien, no tardaré mucho —le aseguré. 

Peter 
 Entrar en el camino de tierra que conducía al prado no me parecía una buena idea. Acababa de pasar el día con Lali, los dos solos. Compramos un sacos de dormir, una mochila y otros bártulos para la acampada. Después, en lugar de ir a ver una película, me convenció para que jugáramos los dieciocho hoyos del mini golf. Me había parecido una idea ridícula, pero escuchar la risa de Lali y verla pavonearse por el campo cuando consiguió un hoyo a la primera había sido mucho más entretenido que cualquier película. 
—No venía aquí desde que... —Se interrumpió, mordisqueándose el labio inferior. En la última fiesta en el prado a laque Lali había asistido, había encubierto a Nico y a Euge. Cuando comprendí que estaba al corriente de que mi novia y mi primo me habían estado engañando a mis espaldas y no me lo había contado, me enfadé. Siempre había creído que estaba de mi lado. Pero no era culpa suya. Había progresado lo suficiente como para verlo con claridad. Alargué el brazo y le di la mano. 
—La última vez fue cuando Nico y Euge me traicionaron. Aunque les encubriste, no fue culpa tuya. No te preocupes, ¿vale? – Dejó de mordisquearse el labio; lo tenía rojo y un poco hinchado. Bueno, qué demonios, era demasiado tentador. Le solté la mano, deslicé la mía entre sus piernas y tiré de ella. —Mucho mejor así. Estabas demasiado lejos —susurré antes de inclinar la cabeza para tomar su labio inferior entre los míos y succionarlo con delicadeza. El pequeño grito de sorpresa que soltó hizo que la estrechase más contra mí. Dejé resbalar la mano un poco más entre sus piernas y presioné la suave piel de su muslo. Lali apretó su pecho contra el mío y articuló una especie de ruego. Le levanté la pierna y la coloqué encima de mi rodilla, y deslicé la mano un poco más arriba de su muslo. Su respiración se volvió entrecortada y me di cuenta de que el corazón me latía más deprisa cuanto más me acercaba a su ropa interior. 
—No, no sigas —dijo casi sin aliento y me empujó con suavidad para interrumpir el beso. Se sentó bien en su asiento y cerró las piernas. Había estado a punto de hacer algo que sólo había hecho una sola vez en toda mi vida, cuando tenía trece años y me había mostrado confuso, sin entender por qué quería Nicole que la tocase. 
—Lo siento —dije, apoyando la cabeza en el respaldo y concentrándome en los árboles que tenía en frente, en lugar de comprobar si estaba enfadada conmigo, o peor, asustada. Tenía que controlar el galope de mi corazón. Había estado tan cerca.
 —No te disculpes. Es que... nunca había hecho nada así y me he puesto un poco nerviosa. No sé si estoy preparada para eso. - Me cubrió la mano con la suya y abrí el puño que tenía apretado. 
—Yo tampoco —respondí, volviéndome para mirarla a los ojos. Se le pusieron como platos. 
—Tú tampoco... ¿qué? – Solté una risa ahogada y giré la mano para que nuestras palmas se tocasen. Después entrelacé mis dedos con los suyos. 
—Nunca había hecho nada así. A menos que cuentes la vez que Nicole me encerró con ella en el armario de Mery y me dijo que si no le tocaba las braguitas le diría a toda la escuela que tenía miedo de besarla. – A Lali se le escapó una carcajada, y se tapó la boca con la mano que tenía libre para reprimirla. Sonreí y estreché sus dedos. Era una historia graciosa. —Deja que te diga que lo que hemos estado a punto de hacer le da mil vueltas a ese recuerdo extraño y perturbador. – Esta vez las carcajadas eran demasiado fuertes para contenerlas con la mano, así que alargué el brazo y se la aparté de la boca. —No lo hagas. Me gusta oírte reír. Y es una historia divertidísima. Así que es normal reírse.
—No puedo creer que Nicole te amenazara —dijo entre carcajadas. 
—¿De verdad? ¿Conoces a Nicole? Estaba decidida a perder la virginidad antes de llegar al instituto. Creo que Nico la ayudó a cumplir su objetivo a los catorce años. 
—Vaya. —Su risa se fue atenuando una expresión seria la sustituyó. 
—¿En qué estás pensando? - Una sonrisa forzada le apareció en los labios. 
—En nada, perdona —dijo mirando la hoguera que ardía en la distancia, entre los nogales—. ¿Listo para salir?
Se encerraba mucho en sí misma. Cuanto menos quería explicarme algo, más deseaba conocerla. Su móvil empezó a sonar con una canción romanticona y ella lo sacó del bolso. En vez de contestar, lo apagó enseguida y lo guardó en el bolsillo de su bolso. 
—¿Nadie importante? —pregunté, deseando que compartiese algo, lo que fuera, conmigo. Negó la cabeza y buscó el tirador de la puerta. 
—No. Ya llamaré luego.
Observé cómo bajaba de la furgoneta de un salto antes de decidirme a salir. Mariana Espósito se lo guardaba todo dentro. Me pregunté si alguna vez llegaría a descubrir qué pensaba en realidad.







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